
¿Alguna vez te has preguntado quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene todo esto que llamamos vida?
Estas preguntas no son nuevas para mí. Han sido compañeras silenciosas a lo largo de mi camino. A veces como un susurro, otras como un grito ahogado en el pecho. Una sensación de vacío, de no encajar del todo, de buscar respuestas en lugares donde solo encontraba más preguntas.
He sentido el peso de no saber, la ansiedad de no encontrar un propósito claro, la tristeza de caminar sin rumbo aparente. Muchos años tratando de llenar esa sensanción de vacío con el exterior, de aferrarme a lo falso, a esa matrix que me consumía cada vez más. Unos días arriba pero con entretenimientos que solo hacía más profunda la herida, otros días abajo donde las lagrimas salian sin pedir permiso, donde vivía en un constante miedo y me aislaba del mundo; semanas encerrada en un apartamento frío y vacío, instantes donde mi mente me encarcelaba y llegaban tormentas de pensamientos que solo me llenaban de desesperación y enojo conmigo misma por ser, según yo, en ese momento demasiado débil y cobarde.
Pero con el tiempo entendí que estas preguntas no eran una carga, sino un llamado profundo a volver a mí. A explorarme. A conocerme. A reconstruirme desde la verdad, no desde las expectativas. Cuando buscas encuentras respuestas y poco a poco el camino se ha ido develando, ahora sé que todo lo que necesito aprender va llegando a mí en el momento perfecto.
Hoy, más que buscar respuestas absolutas, me permito vivir con la belleza de la incertidumbre, confiando en que cada paso, cada encuentro, cada silencio, me acerca un poco más a quien verdaderamente soy.